La mitocondria

Y siguió caminando por ese primitivo mundo de hace 2000 millones de años. Sola. Triste. Desconsolada. Sin esperanza alguna de encontrar algún amigo que la pudiera ayudar. 

– Fui abandonada por mi familia y apartada por mis amigos, nadie entiende cómo soy, ni yo llego a entenderlo. – dijo la joven bacteria aeróbica – Me dicen que soy rara, que tengo una propiedad oxidativa que ninguna otra bacteria de mi familia había tenido y que por ello pongo en peligro a las de mi alrededor. Por eso me dejaron de lado y ya no sé a dónde ir, me tienen miedo, pero más miedo tengo yo – continuó explicándole al extraño ser en frente de ella. 

Estaba desconcertado. No sabía cómo aquella bacteria podría haber acabado sola, sin nadie para protegerla. Lo mismo le había ocurrido a él. No sabía cómo explicarlo. No sabía si quería explicárselo. Después de tanto tiempo, ya se había acostumbrado a la soledad y sabía que si se lo contaba acabarían juntos ayudándose. 

– Yo también estoy solo. Fui la primera eucariota anaeróbica primitiva, todo el mundo se alejó de mí y me tocó empezar a buscarme la vida por mí mismo sin ayuda de nadie, y ya desde hace mucho tiempo – comentó la célula. 

La bacteria no se lo esperaba. Vio aquí la oportunidad de unirse a lo que cree que podría ser un nuevo amigo. La célula por su lado, acostumbrada a vivir sola, estaba aterrorizada de ello. Sin embargo, finalmente, la curiosidad de ambos hizo que la célula consiguiera superar su miedo volviéndose los dos inseparables. Se inició así una relación en la que no podrían vivir el uno sin el otro y la cual daría lugar a la evolución de la vida en la Tierra, la mitocondria. 

Autora: Lucía Meneses Sánchez. Colegio Luyferivas, 1º BTO.