Una guerra microscópica

Orthomy ha llegado a su nuevo huésped a través de unas gotas de saliva expulsadas por medio de un estornudo. Su víctima respira por la nariz lo que cree ser oxígeno limpio sin percatarse de que entre esas partículas un microorganismo maligno va a comenzar una guerra dentro de su cuerpo en la que el vencedor será coronado.

Orthomy es un virus ARN con forma de pelota con púas. Aferrado a la garganta engatusa a una célula para que le permita la entrada. Dentro comienza a fabricar componentes para nuevos virus, de una sola célula conquistada emergerán en torno a diez mil virus nuevos, su misión, hacerse con el control del organismo, es, el soldado perfecto.

Pero el sistema inmunitario, siempre vigilante, ha detectado actividad sospechosa en la célula y se prepara para la batalla. La guerra comienza…

El sistema inmunitario da la alarma al resto del cuerpo y éste se ve afectado por un aumento de temperatura que ralentiza la reproducción del invasor, y por un dolor, generalmente en las articulaciones, que animará al sujeto a permanecer acostado y así no malgastar la energía necesaria para combatir al intruso.

Seguidamente las células dendríticas entran en acción, se hacen con unas muestras del virus y emprenden la búsqueda de unos linfocitos que les proporcionen el arma definitiva para acabar con Orthomy. Estos soldados aceptan la misión y comienzan a multiplicarse, como consecuencia de ese aumento de linfocitos las glándulas linfáticas empiezan a inflamarse. Seguidamente viajan a través del torrente sanguíneo hasta llegar a su objetivo.

Como si de un arma de destrucción masiva se tratara el ejército recién incorporado a la ofensiva va destruyendo al invasor a un ritmo frenético sin que el virus sea capaz de defenderse. La cura de la enfermedad es imparable. Las células dañadas serán reemplazadas y todo volverá a la normalidad.

Una vez más se ha librado una batalla dentro del cuerpo humano. El virus ha sido derrotado pero no aniquilado. Como en todas las guerras ambos bandos

han estudiado a su enemigo con una única finalidad, mejorar su defensa y perfeccionar su ataque. El sistema inmunitario ha memorizado la forma de su atacante con el fin de reconocerlo en el futuro, pero el virus también ha hecho los deberes. Quizás cambie su forma o solo se cambie la camisa pero intentará traspasar de nuevo esa barrera casi impenetrable para colonizar a su víctima. Se volverá a librar una batalla de proporciones inimaginables en la que nada es definitivo.

Autora: Lucía Martínez García. IES Arquitecto Pedro Gumiel, 2º BTO.