Cómo la tectónica de placas impulsa la biodiversidad
La teoría de la tectónica de placas propone que la corteza terrestre no es un bloque rígido e inmóvil, sino que está fragmentada en varias “placas” gigantes que flotan sobre una capa más blanda del manto. Imagina la corteza como una tarta quebradiza apoyada sobre crema: los trozos (placas) pueden desplazarse, separarse o chocar entre sí.
Estas placas se mueven muy despacio (unos pocos centímetros al año), impulsadas por corrientes de convección en el manto —movimientos de material caliente que asciende y material frío que desciende—. Allí donde las placas se separan (bordes divergentes), el magma asciende formando nueva corteza; es lo que sucede en la dorsal medioatlántica. Cuando chocan (bordes convergentes), puede hundirse una placa bajo otra y formarse montañas u originarse terremotos y volcanes; un ejemplo es el choque entre la placa India y la placa Euroasiática, que levantó el Himalaya.

Entre ambas dinámicas, las placas también pueden deslizarse lateralmente—movimiento que explica fallas como la de San Andrés en California. Gracias a esta “danza” lenta pero constante, la superficie de la Tierra se renueva, genera montañas, abismos oceánicos y modifica continentes, ejerciendo un papel clave en la diversidad de paisajes y ecosistemas a lo largo de millones de años.
Un rompecabezas terrestre
La deriva continental nos cuenta que, en el pasado remoto, todos los continentes estuvieron unidos formando un gigantesco supercontinente. Por ejemplo, Sudamérica y África parecen encajar como piezas de un rompecabezas, y en ambos se han encontrado fósiles idénticos (como el reptil Mesosaurus) que vivía antes de la separación. Se calcula que Pangea existió hace unos 335 millones de años y se empezó a fragmentar hace unos 200 millones de años, dando origen lentamente a los continentes actuales.
Barreras naturales y especiación
Cuando los continentes se separan o surgen nuevos mares, se crean barreras geográficas. Cada fragmento aislado es como una “isla” donde la fauna evoluciona por separado. Por ejemplo, África, Sudamérica, Australia y Nueva Zelanda formaron el supercontinente Gondwana; al fragmentarse, cada masa continental llevó consigo sus propios organismos. Con poblaciones divididas por océanos y montañas, las especies siguen caminos evolutivos distintos (especiación alopátrica). Un caso ilustrativo son los arrecifes coralinos tropicales: hace millones de años, arrecifes continuos quedaron divididos por la deriva de placas, y las poblaciones marinas separadas evolucionaron independientemente, dando lugar a nuevas especies.

Montañas e islas: diversidad en las alturas
Las montañas y las islas son incubadoras de biodiversidad. Cuando surgen cordilleras, se crean valles y cimas con climas muy distintos, lo que aísla poblaciones animales. Estudios recientes demuestran que al crecer las montañas, las especies se adaptan a distintos pisos ecológicos y quedan aisladas unas de otras, produciendo nuevas especies. La tectónica también levanta cadenas de islas volcánicas (como en el Pacífico) y cordilleras (por ejemplo, los Andes) que fragmentan regiones en muchas subregiones. Estos nuevos hábitats ofrecen numerosos nichos ecológicos, lo que estimula la aparición de gran diversidad de plantas y animales.
Cambios climáticos y hábitats
Los movimientos tectónicos también influyen en el clima global. Por ejemplo, hace unos 55 millones de años la colisión entre la placa India y Asia formó el Himalaya y la meseta tibetana. Al calentarse la meseta en verano, genera enormes corrientes de aire que atraen humedad del océano Índico, dando lugar al monzón asiático actual. En África, la desaparición de mares internos (como el Paratethis) y el levantamiento de mesetas alteraron los vientos y produjeron climas más secos, favoreciendo la formación del desierto del Sahara. A escalas de tiempo muy largas, la fragmentación de supercontinentes puede disparar cambios climáticos extremos: la ruptura de Rodinia expuso grandes rocas a la meteorización, redujo el CO₂ atmosférico y provocó que la Tierra quedara cubierta de hielo. Al final de ese enorme enfriamiento, la vida marina se diversificó espectacularmente durante la explosión cámbrica. En conjunto, la tectónica de placas moldea lluvias, montañas y glaciares, transformando los hábitats y obligando a las especies a adaptarse, migrar o extinguirse.
Conclusiones
En resumen, la tectónica de placas ha sido uno de los grandes “arquitectos” de la vida en la Tierra. Al mover los continentes, levantar montañas e islas y cambiar el clima, crea constantes barreras y oportunidades para la especiación. Modelos biogeográficos confirman que los procesos geológicos y las fluctuaciones climáticas históricas, más que el clima actual, determinan dónde surgen nuevas especies. La historia de la vida está íntimamente ligada a la historia dinámica del planeta: así como los continentes siguen flotando sobre el manto terrestre, la biodiversidad seguirá cambiando con ellos.