El yermo
Volví al planeta donde tuve un hogar, La Tierra. Me entristecía ver cómo toda la vida que en algún tiempo existió allí había desaparecido. El yermo en el que se había convertido aquél lugar se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Anduve durante horas en busca de algún indicio de vida, sin éxito. Mientras tanto, no podía parar de preguntarme cómo los humanos habíamos dejado que llegara esta situación. Científicos de todo el mundo llevaban tiempo advirtiéndonos que si el cambio climático se agravaba, la situación global podría descontrolarse. Todos hicimos caso omiso, pensando que aquello que predecían tardaría siglos en ocurrir. Al final, nadie contribuyó a su salvación, el planeta se destruyó por completo y tuvimos que huir de él.
Cuando me quise dar cuenta, ya casi se me había acabado el tiempo, lo que significaba que tenía que regresar a la base. La misión había sido un fracaso. No había vida en la Tierra, y jamás la habría. Sin embargo, algo en mí me decía que siguiera avanzando, aunque solo fueran unos minutos más. Y entonces lo vi. Corrí hacia la gran masa de agua que se extendía en el horizonte. Rápidamente, rebusqué entre mi equipo y saqué el sismógrafo. Este detectó una ligera actividad y sentí un atisbo de esperanza en mi interior.
Agarré una cámara submarina y la sumergí en el agua. Esta llevaba incorporada detectores térmicos y químicos para poder examinar el terreno y la composición del agua con una mayor precisión. La cámara recorrió varios kilómetros, hasta que de repente vi algo en la lejanía. Una estructura se elevaba en el fondo marino. A medida que el espacio entre esta y la cámara se reducía, la temperatura se iba elevando. Cuando quedaron a escasa distancia, pude observar que de allí emanaban fluidos oscuros. Decidí recoger una muestra de agua de la zona, pero la esperanza que había surgido en mí había desaparecido.
Cuando obtuve la muestra, la analicé con un pequeño microscopio que había traído conmigo. Una sensación de asombro y alegría brotó en mí. En el agua, había vida. Unas pequeñas bacterias, en concreto arqueobacterias, se movían en el interior del recipiente. Y entonces, recordé unas estructuras submarinas, las chimeneas hidrotermales. De ellas salen fluidos calientes de origen volcánico ricos en azufre, que son aprovechados por bacterias quimiosintéticas para generar un ecosistema.
En ese momento, al igual que la vida en el planeta, la esperanza germinó en mi corazón. La evolución determinará cómo acaba esta historia.
Autora: Esther García-Almonacid. IES Arquitecto Pedro Gumiel, 2º BTO.