Genética de caballerías
En un amplio reino llamado el de la genética, adentrándonos en el mundo del microscopio, hallamos una gran batalla que libran dos enemigos acérrimos: el alelo recesivo y el alelo dominante.
En un recoveco del cromosoma, se encuentra al dominante, conocido por su ímpetu y la fuerza con la que hace de todo su dominio. Gran luchador que no le teme a nada, dispuesto a cualquier cosa para que su gloria sea reconocida por todos y deseoso de vencer en el combate de la herencia. A su vez, se encuentra su rival en el otro extremo. El recesivo a pesar de su humildad y su modestia, halla su poder en las sombras y el silencio, y se iguala en valor con su contrincante. Guerrero, siempre dulce y discreto, espera con temple su momento adecuado.
Así pues, aflora el enfrentamiento cuando un organismo comienza el proceso de reproducción. En el campo de la meiosis y la división celular, el dominante arrasa en su totalidad, su fuerza no es vencida ni siquiera por el sigilo del recesivo, que con empeño trata de abrirse paso, pero el más fuerte de los dos no va a permitir que nadie le robe su premio de la expresión del genotipo. Otra batalla y otra victoria del afamado campeón dominante, aunque se habla de que existen unas batallas en las que el recesivo escapa de la presencia del dominante encontrando refugio en los portadores silenciosos.
En cada generación no se puede impedir este baño de sangre que produce expectación por saber cuál de los alelos se alzará con la victoria. Es por todos sabido que recesivos y dominantes nunca han congeniado, encadenando así combate tras combate a lo largo de los siglos pero consiguiendo un equilibrio necesario y asegurando la supervivencia y evolución de las especies. Y así, la lucha entre el alelo recesivo y el alelo dominante sostiene un ciclo eterno en este gran mundo de la genética.
Autora: Irene Nieto Díaz. COLEGIO ORVALLE – 1º BTO