Comunicación entre plantas y hongos: el “Wood Wide Web”
Bajo el suelo que pisamos se esconde una red de conexiones tan densa y eficiente que algunos científicos la comparan con Internet. No está hecha de cables ni de señales electrónicas, sino de filamentos fúngicos que enlazan las raíces de las plantas. Este entramado subterráneo, conocido como micorriza, permite a las plantas y los hongos comunicarse, intercambiar nutrientes e incluso transmitir señales de alarma. Una auténtica “red social vegetal” que lleva millones de años funcionando silenciosamente.
Una alianza antigua y beneficiosa
Las micorrizas son asociaciones simbióticas entre hongos y raíces vegetales. En esta relación, el hongo penetra o rodea las raíces, ampliando su superficie de absorción y ayudando a la planta a captar agua y minerales —sobre todo fósforo y nitrógeno— del suelo. A cambio, la planta le proporciona azúcares y otras moléculas orgánicas que fabrica mediante la fotosíntesis.

Este intercambio no es un simple trueque: es una cooperación evolutiva que data de hace más de 400 millones de años, cuando las primeras plantas colonizaron la tierra firme. Sin la ayuda de los hongos, probablemente nunca habrían sobrevivido en un entorno tan hostil y pobre en nutrientes.
La red micorrícica: el “Wood Wide Web”
El término “Wood Wide Web” fue acuñado por la ecóloga canadiense Suzanne Simard a finales del siglo XX para describir la red subterránea formada por los micelios fúngicos que conectan a múltiples plantas entre sí. A través de esta red, los árboles pueden intercambiar compuestos químicos, hormonas, señales eléctricas e incluso “mensajes” bioquímicos que influyen en el comportamiento de otras plantas.
Por ejemplo, cuando un árbol es atacado por insectos o patógenos, puede enviar señales químicas a través de la red micorrícica para advertir a sus vecinos, que responden activando genes de defensa antes de ser atacados. Es una forma de comunicación que mejora la supervivencia colectiva del bosque.
Comercio, cooperación… y competencia
Aunque solemos hablar de las micorrizas como una relación simbiótica, la realidad es más compleja. Algunos hongos actúan como intermediarios honestos, distribuyendo nutrientes entre las plantas de manera equilibrada; otros, en cambio, favorecen a ciertas especies, o incluso “cobran peaje”, reteniendo más recursos de los que devuelven.
De hecho, los estudios muestran que los flujos de carbono y nutrientes dentro de la red no siempre son equitativos: las plantas más grandes o con más capacidad fotosintética pueden subvencionar a las más jóvenes o sombreadas, lo que sugiere un comportamiento casi cooperativo a escala ecológica. Sin embargo, también hay casos en los que las plantas “rompen el contrato”, retirando recursos cuando el hongo no aporta suficientes beneficios.
Comunicación química: un lenguaje sin palabras
El “lenguaje” entre plantas y hongos no se basa en sonidos ni luces, sino en moléculas señalizadoras. Entre ellas destacan los estrigolactonas, compuestos que las raíces liberan al suelo para atraer a hongos micorrícicos. En respuesta, los hongos emiten sus propios compuestos —como las micorrinas— que estimulan el crecimiento de las raíces y preparan el terreno para la simbiosis.

Este diálogo molecular es finísimo: basta una alteración ambiental, como la sequía o la contaminación del suelo, para que cambie la “conversación”. Por eso, comprender cómo se comunican plantas y hongos puede ayudarnos a mejorar la agricultura y proteger los ecosistemas.
Aplicaciones y futuro
El conocimiento de las redes micorrícicas abre puertas fascinantes. En agricultura, se están utilizando hongos beneficiosos para reducir el uso de fertilizantes y aumentar la resistencia de los cultivos al estrés ambiental. En restauración ecológica, inocular suelos degradados con micorrizas puede acelerar la recuperación de los ecosistemas.
Además, entender cómo se produce la comunicación subterránea puede ayudarnos a diseñar sistemas más sostenibles, donde las plantas no dependan exclusivamente de insumos químicos sino de alianzas naturales.
Un mundo invisible que sostiene la vida
Cada bosque, cada pradera, cada jardín alberga bajo sus raíces una inmensa red de vida y comunicación. Los hongos y las plantas no solo comparten recursos: hablan entre sí en un lenguaje químico que los humanos apenas comenzamos a descifrar. En ese silencioso intercambio se teje la base de la biodiversidad terrestre. Y quizás, al entender cómo se comunican ellos, aprendamos también nosotros a convivir mejor con el planeta.

