Que trata de la célebre gesta del valeroso procariota que fue fagocitado y no digerido

En un lugar del caldo primitivo, de cuyo nombre no logro acordarme, ha mucho tiempo vivía una célula de las de pared celular, ADN bicatenario circular y diminutos ribosomas. Frisaba la edad de nuestra célula con las veinticuatro horas. Quieren decir que tenía el sobrenombre de “procariota”, o “procarionte”, que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se apodaba “aerobio”. Pero que esto no importe desemeja de otros cuentos, pues en nuestro menester si nos ataña.

Es, pues, de saber, que este sobredicho procariota, los ratos que estaba ocioso —que eran los más—, se daba a metabolizar moléculas orgánicas, con tanta afición y gusto, que consumió materia a rebosar; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que exploró en demasía la sopa primitiva, y, así, se vio fagocitado por otro anaerobio de su misma condición.

En resolución, se enfrascó tanto en el metabolismo, que el procariota anaerobio pudo resistir en un ambiente cada vez más rico en oxígeno, y llenósele la fantasía de ideas de simbiosis, así como de ayuda mutua y dependencia; y asentósele de tal modo que procedió como tal.

En efecto, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco el mundo, y fue que le pareció conveniente y necesario, así para el aumento de su supervivencia, como para la del otro, hacerse orgánulo celular, y permanecer allí con su respiración y energía.

Al fin quiso ponerse nombre a sí mismo, y en este pensamiento, por su pequeño tamaño que se asemejaba a un grano y sus estructuras alargadas a un hilo, al cabo se vino a llamar mitocondria.

Autor: Gaizka Lavado Tallada. IES Atenea. 2º BTO.
Ganador II Certamen COBCM de microrrelatos científicos – La célula