La vacuna récord que se lleva estudiando 40 años

Desde hace unos meses venimos oyendo en los medios de comunicación que se han desarrollado nuevas vacunas contra el SARS-CoV-2 en un tiempo récord. Y aunque esto es así, a muchas personas que no conocen la diferencia entre ciencia básica y ciencia aplicada, les está llevando al error de creer que la investigación puede dar soluciones «inmediatas». Me gustaría que también sirviera para dar luz al dilema que tiene mucha gente sobre la ciencia básica, principalmente en lo que a fondos se refiere. Y es que sin ciencia básica, la ciencia aplicada no se puede realizar.

Esta es la historia de una vacuna desarrollada en tiempo récord que no habría sido posible si la científica búlgara Katalin Karikó no hubiera pasado 40 años de su vida estudiando en ARN mensajero (mARN).

Los orígenes

Después de licenciarse en Biología en su país, Katalin Karikó se doctoró en Bioquímica en la Universidad de Szedeg, dónde en 1978 comienza a trabajar en la estructura química de unas moléculas muy poco conocidas: el ARN mensajero. Ya sabemos que el ADN tiene toda la información necesaria para la vida, pero está dentro del núcleo. A su vez, las fábricas de proteínas, los ribosomas, están en el citoplasma. El mARN son copias del ADN de una sola hebra que son lo suficientemente pequeñas como para poder salir del núcleo. Estas moléculas duran poco tiempo (de unos minutos a unas horas), lo que permite la regulación de la elaboración de proteínas.

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Una vez acabado el doctorado, Katalin Karikó, se fue a EEUU, debido a las grandes trabas que encontraba en su Hungría natal para desarrollar sus investigaciones. En 1985 llega a la Universidad de Pensilvania, dónde trabaja en el uso terapéutico del mARN durante varios años. Es en esta época cuando se empieza a hablar de la terapia génica. Karikó pensaba que el mARN era una molécula más sencilla para conseguir estas terapias génicas, frente al ADN.

Todo empieza a encajar

En 1990 se publica un artículo en la revista Science que indicaba que las teorías de Karikó eran factibles. En este estudio se demostraba que a través de la inyección de moléculas de mARN en el músculo de un ratón, podía ser usado por las células para sintetizar una proteína.

Durante cinco años, Katalin Karikó no cejó en su empeño de buscar fondos y seguir estudiando al mARN sin conseguirlo. Hasta el punto de que la Universidad de Pensilvania la degradó académicamente. Aún así, por suerte, no dejó de investigar sobre las moléculas que hoy nos atañen, aunque en unas condiciones aún mucho peores. Sus condiciones laborales y su situación familiar no le permitieron renunciar.

En 1998, Drew Weissman fue contratado por la Universidad de Pensilvania, por casualidad conoció a Katalin Karikó y hablando hablando, decidieron trabajar juntos en la vacuna contra el VIH. En los siguientes 5 años, sus experimentos les llevó a un descubrimiento esencial para la vacuna contra la COVID-19. Se dieron cuenta que las moléculas de mARN sintéticas provocaban una respuesta inmune, y eran rechazadas por el cuerpo. Comenzaron a estudiar lo que ocurría con mARN bacterianos y de animales.

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Karikó y Weissman

En abril de 2004, Karikó y Weissman publicaron un estudio en el que confirmaban que los mARN animales no producían respuesta inmune, al contrario de lo que pasaba con los mARN bacterianos. ¿Te imaginas de dónde se extraía el mARN sintético? Exacto, de bacterias. Con lo que problema resuelto. Millones de años de evolución permiten a nuestro cuerpo diferenciar de una manera muy fina el mARN proveniente de un animal o de una bacteria.

Llegamos al final

En agosto de 2005 publican el artículo por el que seguramente serán distinguidos con el premio Nobel en un futuro. El mARN animal tiene metilaciones en su molécula, no así las bacterianas. Estas metilaciones son las que identifica el sistema inmune para conocer el mARN animal o bacteriano. En este artículo muestran la creación de una molécula de mARN hipoalergénico. Con esto se abre la puerta del uso terapéutico del mARN, el sueño de toda la vida de Katalin Karikó. Aunque este artículo y otros que le siguieron, pasaron desapercibidos en la comunidad científica.

En 2008, dos médicos alemanes, que habían leídos los artículos de Karikó y Weissman, percibieron todo su potencial. Crean Biontech y obtienen una licencia de la tecnología patentada por la Universidad de Pensilvania a raíz de los investigadores que nos atañen. Y aquí es donde pasamos a la ciencia aplicada. Biontech comenzó a definir líneas de investigación aplicadas sobre los descubrimientos de Karikó, hasta que en enero de 2020, a causa del SARS-CoV-2, cambian todos sus planes.

Y el resto de la historia, ya la conoces.