Echémonos un sideróforo

Por favor, por favor, echémonos un sideróforo. No temamos al gasto de ATP ni al movimiento de aminoácidos. Tampoco temamos al gasto de oxígeno, ni a la privación que eso conlleva. No temamos a hablar ni a discutir.

Porque, ¿cómo si no pensamos que puedan convivir tres hongos y una bacteria en las entrañas de un escarabajo descortezador? El insecto Dendroctonus frontalis digiere la pulpa de la madera de los pinos gracias a la acción de tres hongos que alberga en su interior. Sin embargo, todo esto sería infructuoso sin las sustancias antifúngicas producidas por una bacteria que protege a los tres primeros cómplices de otros hongos competidores. Se trata de una colaboración perfecta y sincronizada.

Las bacterias Pseudomonas también cooperan para obtener nutrientes. Los microbios necesitan hierro para crecer, pero este es un ión atesorado por nuestras células. Para hacerse con él, las bacterias sintetizan unas moléculas llamadas sideróforos que atrapan los átomos de hierro y los llevan hasta ellas. A estas moléculas se las conoce como bienes comunes porque, cuando una Pseudomona recibe un sideróforo con hierro, seguramente este no haya sido fabricado por ella, sino por uno de sus miles de vecinos. Sería bastante conmovedor presenciar semejante maquinaria: microbios trabajando codo con codo, membrana con membrana, echándose un sideróforo los unos a los otros sabiendo que con ello contribuyen al resto de su comunidad.

En su humilde sencillez, los microbios no temen echarse una mano, un cable, un sideróforo, un pili o un plásmido. Son capaces de cooperar mirando en una misma dirección. Durante un tratamiento con antibióticos pocas veces se verá a una bacteria rechazar un gen de resistencia. Más bien al contrario, este gen será distribuido lo máximo posible, sabiendo que cuanta más parte de la población esté inoculada, más fácil será enfrentarse al enemigo.

Es una conducta sumamente envidiable la de los microorganismos. Una conducta en la que las palabras échame, nos o hagamos no cobran un significado vago.

Porque aunque regidos por un instintivo mecanicismo, con insensibles enzimas, receptores y antígenos, si los microbios tuvieran conciencia, uno podría decir «echadme un sideróforo» o «protegedme de mis competidores» con la convicción de que alguien estará allí para escucharlo. La biología tiene el honor de difundir estos mecanismos, siendo, como dicen, la única ciencia en la que división y multiplicación significan lo mismo.

Autora: Lucía Sánchez Sánchez. IES Las Musas, 1º BTO.